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Otras Chapuzas

II parte I. Lanse.

II

- Hemos llegado.- Dijo Arthur- 


Después de más de 2 semanas de viaje, por fin llegábamos a Melifer. Aunque las murallas estaban lejos las tiendas de lona y tenderetes se extendían hasta ellas formando una nueva ciudad. Las gentes vendían a gritos sus mercancías y había un bullicio impresionante que me estaba empezando a dar dolor de cabeza. Era la primera vez que veía la capital y en general era la primera vez que veía una gran ciudad. Tan solo las murallas me impresionaban, más de 60 pies de altura de una mastodontica construcción de piedra vigilada desde la parte más alta por arqueros, con grabados del escudo del reino y antorchas, que según Arthur, estaban hechizadas con poderosos conjuros que las hacían arder durante toda la noche y se apagaban solas al amanecer.

-Ah, Melifer, Melifer. ¿No sentís el olor a mierda y corrupción?

- No deberías pensar en alto Glom puede que los magos te estén escuchando. –Dijo Arthur-

Glom era un Clérigo de Pelor, viejo conocido de Arthur, de unos cincuenta y tantos años. Nos cruzamos con el en Puente Llano. Se dirigía a Melifer después de 6 años de peregrinaje y aventuras. Estaba entrado en carnes, debía pesar como 220 libras y lucia una barba descuidada rojiza como el color de su pelo. Parecía un poco fanfarrón y contaba historias de lo más variopintas. Decía incluso haber luchado contra un dragón. Yo creo que alguien tan gordo seria un buen aperitivo para un dragón, pero desde luego no un buen contrincante. He olvidado las veces que juro haber curado a gente a la que les habían amputado miembros e incluso habiéndoselos regenerado, también contó que podía con el poder que el mismísimo Pelor le daba, invocar un martillo para que luchase a su lado. Durante todo el viaje esperaba el momento en el que utilizara sus hechizos, pero eso nunca paso.

Nos llevó más de media hora llegar hasta las puertas de la ciudad. Los mercaderes nos abordaban intentando vendernos sus productos y no parecían entender un “no” por respuesta. Desde el Arco, se podía ver una enorme plaza elíptica y una estatua enorme de un semielfo con una túnica. No fue hasta tiempo después cuando supe que era la estatua de Theos III rey de Ciana. 



Los tres compañeros de viaje nos dirigimos a buscar hospicio en el divino santuario a Pelor que se erigía estoico en la ciudad. Era maravilloso. Una construcción circular llena de salientes semi curvados con un enorme sol coronándola en su parte más alta.

- ¿Te gusta Lanse?- Dijo Glom con un tono sobrecogido, que nada tenia que ver con la fanfarronería que había demostrado hasta el momento, como si el también estuviera impresionado por la inmensidad del templo erigido a su dios.

- Es gigantesco, en mi pueblo no había más que un par de altares de madera roída. 

- ¿Sabes una cosa Lanse? Ojalá lo pudieras ver desde el cielo. Ves eso –dijo señalando a las columnas semi curvadas- Representan los rayos del sol, el templo tiene la forma del sagrado símbolo de Pelor, para que desde los cielos siempre pueda ver nuestra devoción y entrega a él y al pueblo llano.


Dejamos los caballos fuera y entramos. Un fuerte olor dulce hizo que me mareara, como pude recuperé el aliento y mientras caminábamos hacia el altar mayor empecé a sentirme mejor, incluso pude notar como si el cansancio del viaje hubiese pasado. 

En el altar había un cuenco en el que cabrían dos personas acostadas lleno de monedas de plata, oro y cobre, sobre todo de cobre. 

- Son tributos de los fieles buscando la protección o la ayuda divina – Dijo Arthur, mientras se agachaba delante del cuento, bajaba la cabeza y empezaba a rezar.

Para mi sorpresa Glom estaba también rezando. Era como si de repente la persona que conocí durante el viaje se convirtiera en otra totalmente distinta. No sabía que hacer, ¿arrodillarme y rezar? ¿Bastaría con echar una moneda al cuenco?. Escudriñé la estancia y me quedé prendido de un lienzo que había en la pared, era una escena de batalla en la que 4 clérigos tenían alzadas las mazas brillando con refulgencias doradas que se extentendían hasta 4 guerreros todos con armaduras parecidas a la que le había visto a Arthur. Contra ellos más de 1000 guerreros preparados y en carga. El cielo parecia estar abriendose y de el rayos de luz brotaban iluminando a los 8 debotos de pelor que estaban a punto de enfrentarse a su muerte.

- ¡Glom!, has vuelto!.

Una voz interrumpió mi concentración. Un hombre mayor de unos 80 años, con voz débil y agarrotada estaba saludando a Glom con toda la efusividad que su avanzada edad le permitía.

- Cleo, bribón ¿Es que no envejeces nunca? – Contestó Glom con una sonrisa en la cara.

Ambos se dieron un largo abrazo, a pesar de que parecía que el anciano iba a romperse en cualquier momento entre sus brazos.

- Cleo, este es Arthur, paladín de Pelor de la orden de Cultus y él es su discípulo, Lanse.



Mis ojos se cerraban solos, no sé que hora era pero la ultima vez que atendí a la conversación ya habia pasado la media noche. Casi todo el mundo se había ido al acabar la cena salvo unos pocos aprendices y viejos maestros con ansias de historias.

Al principio, Glom contó su lucha contra el Dragón que yo ya tenía más que sabida. Sus viajes a través de las tierras de Lyrian, de cómo ayudó a los bárbaros, sus incursiones en el Paramo de Teodrak y la que más me sorprendió el viaje a través del mar hacia Nodians y sus aventuras en las tierras heladas. Cuando los aprendices y los maestros se fueron a dormir, solo quedábamos en la estancia, Cleo, Glom, Arthur y yo. Y fue aquí, donde una vez más Glom me sorprendió dejando de lado las anécdotas y contando las partes más crudas de su viaje. Había dolor en sus ojos. Nos contó como había perdido a varios compañeros a manos de los bárbaros de Xant-Sao y de cómo se vio obligado a enterrar en el mar a camaradas con los que llevaba más de 2 años de aventuras.

-Glom, tu viaje te ha dado muchas cosas, buenas y malas. No hay nada que alegre más a este viejo que ver a uno de sus mejores alumnos convertido en uno de los mejores maestros. 

-No hables así, Cleo. Parece que tienes prisa por reunirte con el gran sol. Y eso me llena de tristeza. Dame al menos un respiro,. He enterrado a demasiados amigos en los últimos años.

-A un viejo como yo, le encantaría poder complacerte. Pero… las cosas han cambiado mucho estos años. Lord Thunder, sigue enmascarándose tras su fortuna contentando al pueblo llano haciéndoles creer que es su amigo. Me ha amenazado, ha amenazado al templo. 

-Cleo, ¿Por qué?, que demonios ha llevado a ese entupido enfrentarse al divino poder de nuestro dios. ¿es que acaso su estupidez no conoce limites?.

- Está buscando algo, no sé lo que. Queria acceder a las bodegas…

Como si nos estuviesen escuchando, un ruido de cristales rotos retumbó en toda la habitación. Las antorchas se apagaron con la repentina ráfaga de aire que inundó la e,nstancia. Más chasquidos de cristales se sucedieron y antes de que nos diera tiempo a reaccionar, una enorme explosión nos dio un doloroso espectáculo de fuego y luces. 

Cegado, quemado y dolorido pude sentir como Arthur tiraba de mí, aún con el miedo y sin saber que pasaba le seguí. Atravesamos el pasillo, y llegamos a la sala común, la gente se agolpaba, un hombre de unos 30 años gritaba a todo el mundo dando órdenes para apagar los fuegos. Fue en ese momento en el que escuché ruido de metal contra metal, varios hombres vestidos con armaduras completas, mazas y símbolos de Pelor llegaron con un paso rápido, todo lo rápido que les permitían sus armaduras.

-Rápido –Gritó uno de ellos-, defender la zona!

La gente que mejor protegida estaba y que disponía de armas salió a la carrera. Aún medio sordo pude escuchar a Arthur decirme:

-¡¡Quédate aquí!!

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