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Otras Chapuzas

II 2 parte. Lanse

Volví a sentirme como la primera vez que vi a mi maestro luchando contra aquellos bandidos. El miedo calaba hondo en mí, una sensación de pánico consiguió clavar mis piernas al frío suelo de piedra. La gente iba y venía y yo me sentía como un adorno de la estancia, cojian armas de un viejo cajón roído y se marchaban a la lucha. 

-No! –Grité- . Tengo que luchar!

Nadie me escuchó, pero mi grito me llenó de fuerza y coraje. Consegui vencer al miedo. Cogí un arma y salí de la estancia. ¿Cómo podría convertirme en un paladín y ayudar a la gente, si no era capaz de enfrentarme a una situación así?. Arthur no dudo, ni siquiera el viejo fanfarrón de Glom dudó. 

Recorrí el pasillo, las manchas de sangre adornaban ahora la habitación donde antes la paz era tan espesa que podía masticarse.
Escuché gritos de dolor, metal contra metal y las ordenes de los capitanes así como sus gritos de animo cada vez que un enemigo caía. El miedo quiso detenerme, pero esta vez yo gané la batalla. Atravesé el pórtico del templo al trote con todos mis sentidos activados, mi corazón latía de una manera que nunca antes recuerdo haber sentido pero sabía que esto es lo que debía hacer.

La imagen que vi se alejaba de cualquier cosa que pudiera imaginar, había gente por todos lados, figuras humanoides vestidas con trajes negros que les tapaban completamente la cara dejando ver solo sus ojos y a veces unas horribles manchas purulentas. Criaturas gigantescas que cobraban vida de los cuentos de héroes contra ogros que mi madre nos contaba para asustarnos, - Si te portas mal, vendrá el ogro y te llevará para comerte – 

Con la espada corta en una mano y la armadura de cuero roída tomé aliento. Aquello no era como en los entrenamientos, un falló podría acabar con mi vida. Cuando me dí cuenta pude ver como uno de los humanoides de negro se abalanzaba sobre mi. En ese momento no hubo miedo, no hubo nada. La espada se movía como una extensión de mi brazo, me agache esquivando el arma rara que llevaban con forma de puñal, mi brazo giró para endiñarle un tajazo de lado a lado del pecho.

Aún notaba la tensión y los nervios cuando vi a lo lejos a Arhur luchando con una espada larga y sin armadura contra unos 5 hombres vestidos de negro. Fue en ese momento cuando una de las imágenes más desgarradoras de mi vida tuvo lugar. Un ogro de más de 8 pies de altura se dirigía hacia artur, con su garrote golpeo a varios de nuestros hombres que salieron despedidos. Pude ver la muerte en sus ojos cuando golpearon el suelo.
Empecé a correr, guiado por la ira y la estupidez y un grito salió de lo más profundo de mi garganta acompañándome en la carga, dí un salto y clavé mi espada en un costado del ogro que gritó de dolor, alertando a Arthur. 

-Sal de ahí, Lanse! – Sentí gritar a Glom desde algún lugar del campo de batalla en el que nos encontrábamos.

Pero su avisó llegó demasiado tarde. El Ogro se giró y me golpeó, pude sentir como mis costillas se hundían en mi pecho, un dolor indescriptible me hacia gritar pero...no podía, no salía nada de mi boca. No tenía aliento. Noté como mis pies se separaban del suelo que hasta hace poco pisaba. Mi cuerpo estaba siendo catapultado por los aires mientras mi vista empezaba a nublarse. Noté como moría, lenta y dolorosamente. 

Aún consciente, pude ver como el Ogro se acercaba hacia mi, con aires de vencedor. Sabiendo que había sido más listo que su presa, aunque ésta no fuese un digno rival. Mi camino de paladín acabó mucho antes de si quiera haber empezado. Pero cuando ya había perdido toda esperanza y me resignaba a mi inexorable final, sentí una voz poderosa casi celestial.

-No!, Lanse!- Era la voz de Glom.

-Maldito Ogro de mierda!, solo es un niño! – Tenía razón, solo era un niño, pero todo eso daba igual, era el fin.

-¡Tamen, a mi!

La voz de Glom retumbó como si de un mismísimo dios se tratase, y pude notar un calido resplandor. El ogro llegó a mí con una agilidad digna de los felinos, me levantó en el aire. Podía sentir su aliento hediondo y nauseabundo, asió uno de mis brazos y pude ver como en su cara se dibujaba una terrible sonrisa. ¿Cuánto más habría de sufrir?

Noté un fuerte tirón en el brazo que volvió a sacar de mi un grito ahogado de dolor, no lo vi pero podía sentir como donde antes estaba mi brazo izquierdo, ahora una cascada de sangre ocupaba su lugar, las pocas fuerzas que me quedaban se desvanecieron en ese mismo instante.


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